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miércoles, 23 de diciembre de 2020

¡Feliz Navidad!

 

 

¡Feliz Navidad!

Aunque ha sido un año duro, es Navidad.

Aunque, vosotros con la Covid, y nosotros con la guerra, nos hemos cansado no poco, es Navidad.

El nacimiento de Jesús se mantiene aún como la única esperanza para los hombres.

Os deseo lo mejor y os mando una bonita historia sacada de los relatos de don Camillo. Y os deseo a cada uno de vosotros que "sintáis aún en el hueco de la mano el calor del Niño Jesús rosa".

¡Feliz Navidad, y próspero año 2021!

P. Aurelio

 

 

Ya era Navidad y necesitaba sacar con urgencia las estatuas del Belén, limpiarlas, retocarlas con color y reparar las abolladuras. Y ya era tarde, pro don Camillo aún estaba trabajando en la casa parroquial. Oyó llamar en la ventana y, poco después, fue a abrir porque se trataba de Peppone.

Peppone se sentó mientras don Camillo reemprendía lo que estaba haciendo y los dos se quedaron en silencio durante un momento.

Don Camillo empezó a retocar con albayalde la barba de San José. Después pasó a retocarle los vestidos.

"¿Tienes aún trabajo para mucho tiempo"?, preguntó Peppone con ira.

"Si me echas una mano lo acabaré en poco tiempo".

Peppone era mecánico y tenía grandes manos como palas y dedos enormes que le costaba trabajo plegarlos. Pero, cuando alguien tenía un cronómetro que arreglar, tenía que ir a casa de Peppone. Porque, es así, son precisamente los hombres gordos quienes están hechos para la cosas muy pequeñas.

"Figúrate". Con frecuencia me pongo a pintar los santos", murmuró.

"¡No me habrás tenido por el sacristán!".

Don Camillo pescó en el fondo en la caja y salió una trucha rosa, del tamaño de un gorrión, se trataba justamente del Niño Jesús.

Peppone encontró en su mano una estatuilla sin saber cómo después tomó un pincel y comenzó a trabajar.

Él por un lado y don Camillo por el otro de la mesa, sin verse la cara porque entre ellos, estaba la lámpara.

"No se puede fiar de nadie, si uno quiere decir algo. No me fío ni siquiera de mí mismo", dijo Peppone.

Don Camillo estaba preocupado tan solo de su trabajo: había que rehacer toda la cara de la Virgen. Un trabajo de precisión.

"¿Y de mí te fías?", preguntó don Camillo con indiferencia.

"No lo sé".

"Intenta decirme algo, así lo comprobarás".

Peppone terminó los ojos del Niño Jesús: lo más difícil.

Luego se refrescó lo rojo de su pequeños labios.

"¿Tienes miedo?".

"Jamás tuve miedo en el mundo".

"Yo sí, Peppone. Algunas veces tengo miedo".

Peppone mojó el pincel.

"Bueno, algunas veces también yo", dijo Peppone. Y casi no se oyó.

También suspiró Don Camillo.

Ahora Peppone había terminado la cara del Niño Jesús y estaba repasando lo de color rosa del cuerpo.

Ya estaba terminado el Niño Jesús y, fresco de color rosa y claro, parecía que brillase en medio de la enorme mano oscura de Peppone.

Peppone lo miró y le pareció sentir en palma de su mano el calor del pequeño cuerpo.

Puso con delicadeza el Niño Jesús en la mesa rosa y don Camillo lo colocó al lado de la Virgen.

"Mi hijo está aprendiendo la poesía de Navidad", anunció con orgullo Peppone. "Oigo que todas las noches su madre se la repasa antes de que se duerma". Es un fenómeno.

Don Camillo, cerca de la Virgen colocó al Niño y puso la estatuilla del asno.

"Este es el hijo de Peppone, esta es la mujer de Peppone y este es Peppone", dijo don Camillo tocando por último al asno.

"¡Y este es don Camillo!", exclamó Peppone tomando la estatuilla del buey poniéndola junto al grupo.

"Bah. Entre bestias siempre se comprende", concluyó don Camillo.

Al salir, Peppone se encontró en la noche oscura, pero ya estaba muy tranquilo porque entonces sentía en el hueco de su mano el calor Niño Jesús rosa. Después oyó las palabras de la poesía que ya sabía de memoria. "Cuando, la vigilia de la fiesta, mi hijo me la diga, será algo magnífico", se alegró.

El río discurría plácido y lento, allí a dos pasos, bajo el terraplén, y también el río comenzaba una poesía cuando había comenzado el mundo y que aún continuaba. Y para redondear y suavizar el más pequeño de los miles de piedras en el fondo del agua, habían pasado mil años.

Y solo dentro de veinte generaciones el agua habrá puesto suave una nueva piedra.

Y dentro de miles de años la gente correrá a seis mil kilómetros en sus máquinas super atómicas y ¿para qué? Para llegar al fin del año y quedarse con la boca abierta ante el mismo Niño Jesús de yeso que, una de estas tardes, el compañero Peppone haya pintado con un pincelillo.

 





 

 

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