Bozoum, en directo desde
Madrid…
El nombre de Bozoum, con sus
colores, sus sufrimientos, pero también con sus sonrisas resuena en estos días
en Madrid, capital de España.
El Consejo General de la
Abogacía Española celebra todos los años, con ocasión de aniversario de la Declaración
de los Derechos Humanos, una conferencia, que termina con la concesión de
premios a personas e instituciones que trabajan por los Derechos Humanos. Este
año, entre los premiados, estaba también Centro África, con Mons. Juan José Aguirre
(obispo de Bangassou) y yo...
Interesante el motivo:
“Mediador de paz, hombre de
acogida, ayuda y defensa, con peligro de su propia vida, de cristianos y
musulmanes en Centro África, y activo blogger en defensa de los Derechos
Humanos".
Salí, pues, el martes desde
Turín y después de París llegué a Madrid, una ciudad verdaderamente hermosa. El
miércoles por la mañana me reuní con el equipo que ha preparado la ceremonia y
comencé a hacer alguna entrevista.
Hacia las 13 horas llegaron,
también desde Italia, mi hermana Marisa y mi sobrina Luisella, que me
acompañarán en estos días.
Por la tarde fui a saludar al
P. Juan Montero, el traductor del blog en lengua española.
El jueves fue el gran día.
Primero entrevistas y después, a las 18'30, comenzó la ceremonia, abierta por
el Ministro de Justicia. Somos cinco los premiados: un periodista, Henrique Cimerman,
que trabajó en la organización de la reunión en el Vaticano de Shimon Peres y
Mahmud Abbas con el papa Francisco; la "Ciudad y Escuela de los Muchachos"
e Íñigo Ortiz de Mendíbil, dos instituciones que trabajan con niños y jóvenes
con problemas; el hermano de Mons. Aguirre y yo.
Todos los premiados dijeron
unas palabras... y de este modo he preparado este discurso:
Buenas tardes.
Estoy muy emocionado y
pido disculpas si mi pronunciación no es
perfecta…
Es un gran honor para mí estar
con vosotros esta tarde, y os agradezco de corazón esta invitación. Y como
carmelita, hijo de santa Teresa de Jesús, es además un motivo de orgullo .
Os
doy las gracias porque este premio me permite poner en evidencia una crisis
olvidada de un país olvidado, Centro África. Una crisis que
dura ya desde hace dos años, y que ha causado miles de víctimas, y por la que
más de un millón de personas (un cuarto de la población) ha tenido que
abandonar su casa y buscar refugio en otra parte en su país (y con frecuencia
en las Misiones católicas) o fuera del país.
En diciembre de 2013, después de ocho
meses, los rebeldes de la Seleka (muchos de los cuales son originarios del Chad
y del Sudán, que solo hablan el árabe) llegaron al fin de su dominio de terror.
Después de meses de torturas, hurtos, saqueos, asesinatos, estupros y
destrucción, parte de la población (los antibalaka) se armaron contra los
Seleka y, desgraciadamente, también contra la población musulmana que se habían
inclinado, en parte, a favor de la Seleka). Miles de personas huyeron hacia la selva, y de cuatro a cinco
mil personas hacia la Misión Católica. Acoger, alimentar, curar, darles
seguridad y tener encendida la esperanza: esto ha sido nuestra tarea y también
la mía durante más de un mes y medio.
Mientras
tanto, junto con hombres y mujeres de buena voluntad creamos un Comité de
Mediación para encontrar una alternativa pacífica a la guerra. Nos
hemos reunido juntos católicos, protestantes, musulmanes y hemos ido a discutir
con la Seleka, los antibalaka, los musulmanes y los no musulmanes. Esta obra
paciente y esforzada ha permitido limitar el número de heridos y de muertos, y
ha llevado a que los rebeldes de la Seleka se marchen.
Con estas personas do Comité, Barthélémy
Mondele, Jonas Nodjtouloum, Thierry Kanghal, el pastor protestante Samuel Laoue,
Mónica, José, cinco musulmanes y yo, quiero compartir este Premio.
Os doy las gracias de nuevo por este
Premio.
Pero... no es el primer premio que recibo. Hay
otros que he recibido durante estos dos años de guerra. Premios a los que soy
muy aficionado...
El primero fue un bofetón que recibí de Goni, un rebelde de la Seleka, enrabietado
porque había ido a quejarme y reclamar contra las torturas y los arrestos
arbitrarios que hacían en contra de la población.
El segundo premio fueron los cristales rotos
de mi coche, rotos para la multitud de musulmanes que quería impedir la marcha
de los rebeldes de la Seleka.
El tercer premio fue la aclamación
cuando volví a la Misión el 13 de enero, después de haber conseguido la marcha
de los rebeldes de la Seleka (pero también el lanzamiento de piedras y las
amenazas con las armas por parte de los musulmanes...). La gente gritaba de
alegría, porque temían que hubiera sido asesinado. Y lanzaban los mantos bajo las ruedas del
coche... Parecía que era el domingo de Ramos.
El cuarto premio fue la mirada de un
joven musulmán y de "10/15", nombre de batalla de un rebelde de la Seleka, que impidieron a la muchedumbre musulmana que
me matara y causarme daños...
Un quinto premio son los miles de sonrisas de
miles de niños, durante el mes y medio que han estado refugiados en la Misión. Gran parte de mi trabajo, además de
la organización, lo realizaba distribuyendo sonrisas a todos, para dar
confianza y esperanza. Y os aseguro que he recibido tantas sonrisas...
El
sexto premio son los más de quince mil niños
que, tanto el año pasado como este, han podido ir a la escuela. En un país en
guerra, tener las escuelas abiertas es un reto y un bofetón a la violencia. Ir a la escuela significa sembrar el
futuro, significa apartar a las niños de la violencia, significa dar esperanza
a los padres y un motivo más para vivir en paz.
El
séptimo premio son las llamadas por teléfono de los amigos musulmanes refugiados
que desde el Chad o del Camerún me llaman para saber cómo estoy.
El
octavo premio fue la ofrenda que organizamos hace un mes en la
parroquia en Bozoum. Había pedido que llevaran algo para los cerca de
doscientos musulmanes que han quedado en Bozoum (en parte mujeres y niños).
Normalmente, para este segundo ofertorio para los necesitados, que hacemos una
vez al mes, los fieles llevan un poco de comida para los huérfanos y un poco de
dinero (entre quince o veinte euros). Ese domingo, mis cristianos me
conmovieron: llevaron muchísima comida, y recogieron casi setenta euros.
Soy un
hombre afortunado. Y doy las gracias a Dios todos los días por el don de poder
vivir y trabajar en Centro África.
Y os lo agradezco de corazón por vuestra simpatía, por
vuestra sensibilidad, por vuestro trabajo de cada día.
Gracias.
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